lunes, 23 de noviembre de 2015

En Ruinas (por Avelina Lésper)

Las ruinas son reflejo del original, las de un monumento hermoso conservan la belleza en sus fragmentos, las de un edificio fallido son escombros. La Ciudad de México se convirtió hace 30 años en una gigantesca escombrera que no aprendió de sus ruinas. La catástrofe del terremoto, que en gran parte fue un juez natural, implacable y justo, acabó con decenas de horrores arquitectónicos que invadían las calles: edificios de los años sesentas, setentas y ochentas de vidrio polarizado, ventanerías de aluminio, masas de concreto sin un sólo acierto estético ni funcional, fue la orden del destino para darle un sentido más humano y bello a nuestra ciudad. Evidentemente no la  escuchamos, los adefesios faraónicos que representan la megalomanía de los gobiernos en turno, como la Biblioteca Vasconcelos, Estela de Luz, las ignorantes remodelaciones del Museo del Chopo y la Cineteca Nacional, crecieron como una metástasis invencible, necia, destinada a demostrar la egolatría y la corrupción del dinero que mueve el ladrillo. Estamos viviendo un total libertinaje en los reglamentos para la construcción y uso de suelo que se reparten entre funcionarios, arquitectos y empresas que especulan dejando sembrados edificios de oficinas y habitacionales que demuestran que el dinero no puede comprar ni belleza ni inteligencia. ¿Qué sucedió con la arquitectura? ¿Por qué es tan proclive a la prostitución?

La arquitectura era un arte que hoy es únicamente un negocio vulgar, rechazó su sentido humanista, su filosofía de crear un entorno para que se desarrolle una existencia, ignora el valor sacro del espacio como un centro que separa de la homogeneidad del todo. La arquitectura ya no de ser creación, dejaron de diseñar para abusar de los materiales y la imitación: vidrio, acero y concreto, para todo y siempre de la misma forma. Si está de moda un tipo de material lo usan para todo y ese material es la aportación estética, no la resolución del espacio. Un hospital, departamentos, centros de oficinas, todo es igual y como en el arte VIP, están los arquitectos VIP que venden su firma para obras de tal mediocridad que merecen desaparecer. 

La identidad que una ciudad adquiere con sus edificios es parte de la misión de una obra arquitectónica, el arribismo estético cree que copiando se alcanza estatus y hacen imitaciones de conceptos que funcionan en otras ciudades del primer mundo con circunstancias totalmente distintas. El progreso neoliberal estandariza a la sociedad y si queremos parecer ricos hay que construir réplicas baratas de rascacielos, de conjuntos de viviendas como suponemos que harían en el Primer Mundo o en los países ricos. No parecemos ricos, nos vemos ignorantes, sin proporción del espacio, con edificios que apenas están inaugurados y ya se ven decadentes, sucios, devaluados. La Ciudad de México padece a sus habitantes, no la respetamos, la depredamos, la ejercemos con violencia, invadirla y degradarla es parte de las libertades, pero en ese daño las construcciones son lo más oprobioso. 

No estamos generando acervo urbano, ni memoria, las ciudades son museos que se habitan. Devastan avenidas, árboles, historia, para dar sitio a lo que consideran desarrollo. En La Carnaza de Émile Zola, el personaje Saccard es un especulador inmobiliario, y en una metáfora de la corrupción del ladrillo, con su repentina riqueza su familia entra en una espiral degenerada, obscena, de apetitos sin sentido. Es la espiral que vivimos en la ciudad, que ya no es de los habitantes, es de los constructores, dejan que se desplomen a pedazos edificios novohispanos mientras dan permisos a toda clase de aberración de vidrio y acero. Qué oportuno que se caigan los edificios novohispanos y se recalifiquen los terrenos para montar una torre de “lofts” con muros de cartón o edificios de oficinas que no son peores que las creaciones de autor. Las obras comisionadas por las instituciones para pasar a la Historia son reflejo de la moda y del enchufismo, ¿hubo un argumento estético y funcional coherente para montar un elevador en el Monumento a la Revolución o dividir en salas absurdas la Biblioteca de México José Vasconcelos? Hubo dinero, eso está claro, como Saccard que no tenía idea de la belleza pero sabía cómo ganar un contrato. Vivimos con dolor el terremoto de hace 30 años en la Ciudad de México, y aun no la reconstruimos y valoramos, la seguimos torturando con arquitectura, con nuevos escombros.

ver texto original en:
http://www.avelinalesper.com/2015/09/en-ruinas.html?spref=tw